Artículo publicado en el Boletín n.º 40 de EULAC
Emilio Moyano[1]
En 1637, René Descartes publicaba en francés su Discurso del método, obra que produjo un antes y un después en el campo filosófico de Occidente. En la parte VI puede leerse el siguiente fragmento: “Y si escribo en francés, que es la lengua de mi país, en lugar de hacerlo en latín, que es el idioma empleado por mis preceptores, es porque espero que los que hagan uso de su pura razón natural juzgarán mejor mis opiniones que los que sólo creen en los libros antiguos” (Descartes, 1637/2010). Descartes argumenta en este pasaje que prefiere dirigirse al pueblo –en el sentido popular del término– antes que al mundo docto de la época (excepto los que estuvieran dispuestos a aceptar un tratado científico-filosófico escrito en vulgar).
Cabe aclarar que la literatura ya se expresaba en lengua romance desde algunos siglos atrás. El cantar del mío Cid pertenece al siglo XII, al igual que la obra de Chrétien de Troyes, considerado el padre de la novela francesa; asimismo la Divina comedia, de Dante Alighieri, que es del siglo XIII. Las ciencias y las humanidades, sin embargo, se siguieron escribiendo en latín, durante mucho tiempo, por ser la lengua oficial de la Iglesia, institución que concentraba y gestionaba todo el conocimiento occidental. De este modo, la iniciativa de Descartes de escribir en su lengua natal fue una manera de apartarse a la tradición, una suerte de rebelión frente al latín, que era la lengua franca del momento.
La anécdota nos permite retomar la conversación que se propuso en el boletín número 38 de EULAC, sobre la importancia de escribir y divulgar ciencia en las principales lenguas de nuestra región: el español y el portugués. Puntualmente, la mención al Acuerdo de Guadalajara, cuyo contenido subraya la importancia de implementar políticas que reconozcan y valoren la producción científica en los idiomas locales, a fin de fomentar una comunicación más inclusiva y representativa de la diversidad cultural y lingüística de la región. El artículo “La ciencia no solo se comparte en inglés: la conservación habla todas las lenguas”, de Violeta Berdejo-Espinola y Tatsuya Amano (2025), publicado en el mismo boletín, remarca la importancia de la diversidad lingüística en el plano de la ciencia, sobre todo, en áreas críticas como la conservación del ambiente. Allí se señala que existen muchos estudios en zonas como América Latina, Asia y Rusia, en los que se generan conocimientos específicos y contextualizados y que proporcionan una información muy valiosa sobre regiones poco representadas en la literatura científica anglófona. En este sentido, promover el multilingüismo científico resulta esencial para una conservación más inclusiva y efectiva a nivel global.
Dentro de este marco, diversos estudios coinciden en señalar que el predominio del inglés en la ciencia no es una cuestión neutral. Robert Phillipson (1992), por ejemplo, lo define como “imperialismo lingüístico”, es decir, como un dispositivo cultural que regula qué voces se escuchan y cómo circula el conocimiento. Tove Skutnabb-Kangas (2000), desde una perspectiva más crítica, lo denuncia como un “genocidio lingüístico”: la desaparición total de saberes y modos de vida ligados a las lenguas del margen. John Flowerdew (2008) ha documentado la ansiedad lingüística que enfrentan los investigadores cuando deben escribir en una lengua no nativa; se pueden autocensurar o sentir estigmatización frente al inglés. En la misma línea, Suresh Canagarajah (1999) sostiene que las normas anglosajonas de escritura académica –al excluir formas discursivas originales o identitarias– representan “un caballo de troya que debilita la expresión de los marcos epistemológicos y perpetúa la dependencia”.
Por consiguiente, la necesidad de fortalecer el español y el portugués como lenguas científicas de Iberoamérica la podemos ver como un segundo gesto “cartesiano”, frente al predominio del inglés. Por un lado, el concepto de “divulgar”, desde una perspectiva educativa, está relacionado con la posibilidad de ampliar el público destinatario, de afinar la estrategia didáctica para pensar en una práctica más inclusiva. Tanto Descartes como Galileo o Montesquieu escribían en “vulgar” porque necesitaban que sus ideas trascendieran los círculos cerrados de la elite ilustrada, expandir el espectro destinatario. Por otro lado, este segundo gesto “cartesiano” también puede entenderse como afirmación de la soberanía cultural: utilizar la lengua propia para producir y comunicar ciencia no solo amplía el acceso del público lector, sino que también reivindica nuestras tradiciones epistémicas frente a lo hegemónico. Desde este punto de vista, escribir ciencia en español y portugués no es una limitación, sino un acto de apertura y pertenencia; una forma de construir conocimiento situado, con raíces en nuestras realidades y al servicio de nuestra propia comunidad.
Resulta importante destacar que también es una forma de poner en práctica la creatividad. El inglés como lengua única, en lo que respecta a la publicación y difusión del conocimiento, hace que se vuelva una especie de no-lugar, tomando prestado el famoso término que desarrolló Marc Auge. En otras palabras, podríamos caracterizar el inglés como un espacio de transición, desprovisto de relación y sentido simbólico (como los aeropuertos, las autopistas, los centros comerciales). En dichos espacios, las personas transitan, pero no habitan. Así, el inglés como lengua franca puede transformarse en un estándar, un recurso sin identidad, que opera en la ciencia como un espacio de tránsito, permitiendo que los textos circulen, pero despojando al lenguaje de sus resonancias culturales y su expresividad. Un cuerpo sin rostro, como el personaje de El paciente inglés (Michael Ondaatje, 2016), cuerpo desmembrado, sin pasado visible, que simboliza una existencia sin raíces ni pertenencia. Si la ciencia solo se escribe en inglés, corre el riesgo de tornarse una voz sin territorio ni creatividad. Por lo tanto, recuperar nuestras lenguas sería una forma de devolverle su contexto, sus sentidos y su identidad.
Según el consenso general, la creatividad es la habilidad que poseen los sujetos para resolver los problemas de un modo diferente del tradicional. Por elevación, usar nuestro idioma para escribir ciencia permite resolver “creativamente” los problemas que nos plantea la escritura en el ámbito académico. Facilita crear categorías que podrían ser impensables para otros idiomas, asociar términos, producir nuevas metáforas, decir de otra manera aquello que solo se comprendería desde un marco específico, abordar lo inefable. Escribir desde nuestras lenguas, entonces, no es solo un acto lingüístico o político, sino también un hecho epistemológico y poético: habilita la originalidad del pensamiento, y nuestra historia cultural y nuestras formas de sentir. En un mundo que tiende a la homogeneización, la defensa de la escritura académica en español y portugués es también la defensa del derecho a imaginar el conocimiento desde otros márgenes. Tal como sostienen Theresa Lillis y Mary Jane Curry en la obra Academic Writing in a Global Context: The Politics and Practices of Publishing in English (2010), escribir en lengua materna favorece la agencia del autor, como así también su capacidad de intervenir en el discurso y formular nuevas preguntas desde una perspectiva propia y creativa. Se trata de una decisión clave para el desarrollo de una escritura crítica y situada, en el marco de la pluralidad.
En síntesis, la escritura académica en español y portugués posibilita una forma de amplificar el horizonte del conocimiento. Es una apuesta por la creatividad y la soberanía cultural. Así como Descartes eligió el francés para pensar desde su tiempo y espacio, hoy la práctica de la escritura académica en nuestras lenguas latinoamericanas permite pensar desde nuestras propias realidades regionales. En contraste con la homogeneización que potencialmente impone el inglés, en tanto lengua franca, estamos llamados a defender nuestra cultura lingüística en beneficio de la diversidad epistémica y el derecho a imaginar y pensar creativamente. De este modo, el conocimiento no solo circulará por diferentes ámbitos sino también echará raíces y dialogará con quienes más lo necesitan.
Referencias bibliográficas
Berdejo-Espinola, V. y Amano, T. (2025). La ciencia no solo se comparte en inglés: la conservación habla todas las lenguas. En Asociación de Editoriales Universitaria de América Latina y el Caribe. Boletín electrónico EULAC, 38. https://eulac.org/newsletter/vol-38-marzo-2025/
Canagarajah, S. (1999). Resisting Linguistic Imperialism in English Teaching (Oxford Applied Linguistics). Oxford University Press.
Descartes, R. (2010). Discurso del método. (M. García Morente, Trad.). Espasa Calpe. (Trabajo original publicado en 1637).
Flowerdew, J. (2008). Scholarly writers who use English as an additional language: What can Goffman’s “Stigma” tell us? Journal of English for Academic Purposes, 7(2), 77-86. https://doi.org/10.1016/j.jeap.2008.03.002
Lillis, T. & Curry, M. J. (2010). Academic writing in a global context: The politics and practices of publishing in English. Routledge.
Ondaatje, M. (2016). El paciente inglés. Debolsillo.
Phillipson, R. (1992). Linguistic imperialism. Oxford University Press.
Skutnabb-Kangas, T. (2000). Linguistic genocide in education–or worldwide diversity and human rights? Lawrence Erlbaum Associates.
[1] Magíster en Literaturas Comparadas, Profesor y Licenciado en Letras, Especialista en Lectura, Escritura y Educación.
Director de la Diplomatura en Escritura Creativa y Prof. titular de Formación en el estilo escrito y oral, de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Católica de Córdoba, Argentina.
Dirige el proyecto de investigación: “Creatividad, innovación y cultura digital en las prácticas de escritura académica” para la Secretaría de Investigación y Vinculación Tecnológica de la Universidad Católica de Córdoba, Argentina.